Reflexión:
Ante el error pueden consolarnos muchas cosas, sin embargo, en este momento que escribo, presa del cruel cortisol y la ingrata noradrenalina, se me ocurren dos apoyos que están presentes: El primero de ellos es que cada fallo que podemos detectar es una oportunidad para no perpetuar el error, y por tanto, para subir un peldaño a la excelencia. El segundo de ellos es que cada tropiezo es señal de estar andando y, posiblemente, de estar admirando un paisaje que no se conocía, pese a que ello nos ha hecho despistarnos y no ver esa piedra que tuerce nuestro paso.
De esta forma disfruto pensando en que, en realidad, todos y cada uno de nosotros estamos subidos en una torre notable de equívocos y fracasos. Se podría decir lo mismo de la evolución esgrimística de un sujeto, o en cualquier otro ámbito marcial preparatorio, pues el ejercicio doméstico de las armas ha de sostenerse en errar una vez tras otra, sabiendo que cada desacierto durante el aprendizaje es una oportunidad de sobrevivir a la crudeza despiadada del combate.
Siendo así, no me queda otra opción que agradecer constantemente a mi alumnado, pues cada uno de los discípulos son ejemplo de superación constante, que me inspiran recurrentemente a seguir disfrutando mis propios errores, sabiendo que cuantos más tenga yo, menos tendrán ellos.







